Do El País digital
Lo más común es que la gente se sonroje al recordar sus gustos,
valores y convicciones del pasado y se pregunte cómo demonios le pudo
gustar ese cantante, aquel partido político o este cónyuge que ahora
ocupa la mitad del sofá. Todo el mundo acepta haber cambiado. Pero
entonces, lo lógico sería suponer que lo mismo va a seguir ocurriendo en
el futuro: que los gustos y convicciones actuales van a seguir
cambiando, que el cantante de ahora acabará también desafinando, la
ideología patinando, el amor muriendo. Pero no es así.
Según ha demostrado un experimento psicológico masivo de tres
universidades —con 19.000 personas de 18 a 68 años de edad—, todo el
mundo, independientemente de su edad, cree que sus convicciones actuales
son ya las definitivas: que ya ha llegado, que ya nada va a cambiar,
que el presente es para siempre. Es lo que Daniel Gilbert, de la
Universidad de Harvard, y sus colegas llaman “el espejismo del fin de la
Historia”. Presentan su macroestudio en la revista
Science.
Los psicólogos, por ejemplo, preguntaron a los participantes cuánto
estarían dispuestos a pagar por ver dentro de 10 años a su grupo
favorito actual. También les preguntaron cuánto pagarían ahora por ver a
su grupo favorito de hace 10 años. Y la primera cifra resultó mucho
mayor que la segunda, de una manera consistente en todos los grupos de
edad.
La gente de 30 años, por poner otro ejemplo, cree que va a cambiar en
los próximos 10 años mucho menos de lo que la gente de 40 años admite
que ha cambiado en los últimos 10. Los investigadores analizan así el
comportamiento, los ideales, los principios y las inclinaciones de sus
sujetos. Son estrategias de estudio indirectas —no se compara a la misma
persona 10 años antes o después—, pero sus resultados son sólidos
gracias a la poderosa estadística que permite una muestra de 19.000
personas.
La gente toma decisiones que influyen en quienes se convertirán
“La Historia, según parece, siempre se está acabando hoy mismo”,
dicen Gilbert y sus colegas del Fondo Nacional de Investigación
Científica de Bruselas y la Universidad de Virginia en Charlottesville.
“Tanto los adolescentes como los abuelos parecen creer que el ritmo del
cambio personal se ha detenido, y que ellos se han convertido hace poco
en las personas que seguirán siendo para siempre”.
El espejismo del fin de la Historia, sostienen los investigadores, no
solo tiene interés como divertimento psicológico, sino que tiene muchas
consecuencias prácticas en la vida de las personas: la gente paga un
precio demasiado alto por atesorar para el futuro el tipo de cosas que
le satisfacen en el presente, pero que seguramente no le satisfarán en
el futuro. Aunque parezca una descripción del matrimonio, la hipoteca o
las acciones preferentes, el fenómeno afecta a todos los ámbitos de la
psicología humana.
“En cualquier fase de la vida”, escriben Gilbert y sus colegas, “la
gente toma decisiones que influyen poderosamente en las vidas de la
gente en la que se convertirán; y cuando finalmente se convierten en
ellos, ya no parecen tan interesantes”.
Los psicólogos citan el ejemplo del tatuaje indeleble por el que un
adolescente se deja la paga de tres meses, y que 10 años después pagaría
cualquier cosa por borrar de su piel. No es muy distinto de pagar al
abogado para que desuna lo que Dios unió en la precipitada juventud; ni
de costear una liposucción que redima media vida de hamburguesas y de
pizzas cuatro quesos.
Tal vez la gente crea que su personalidad es tan atractiva que no va a cambiarla
La pregunta que se hicieron los investigadores antes de abordar el
estudio fue: “¿Por qué todo el mundo toma tan a menudo unas decisiones
de las que después se arrepiente?”. Y sus resultados muestran que la
razón es que todos sufrimos una confusión fundamental sobre la
naturaleza de nuestro yo futuro. Que cada uno de nosotros subestima
gravemente el poder del paso del tiempo para transformar nuestros
valores, preferencias y personalidades.
Como es práctica habitual entre los psicólogos experimentales,
Gilbert y sus socios se han valido de toda clase de triquiñuelas, como
reclutar a una tanda de 7.519 sujetos a través de la web de un popular
programa de televisión para, de forma inesperada, someterles a las
interminables pruebas del inventario de Personalidad de Diez
Dimensiones, el inventario de Valores de Schwartz o cualquier otro
inventario que les viniera bien para sus propósitos.
El trabajo deja claro que el ser humano es víctima del espejismo del
fin de la Historia, pero sobre la causa de ese espejismo solo se pueden
hacer conjeturas. Tal vez la gente crea que su personalidad es tan
atractiva, sus valores tan sólidos y sus gustos tan indiscutibles que,
honestamente, ¿para qué van a cambiarlos? O tal vez todo el mundo crea
conocerse tan bien a sí mismo que no se reconocería bajo una forma
distinta. En uno u otro caso, esa cabezonería parece ser una de las
pocas cosas que no cambian con el tiempo.